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¿Cómo cobrar una deuda en China?

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Remontémonos a enero del 2011, hace ya veintidós meses. Un nuevo rico chino –hijo de un miembro del Partido Comunista en la provincia de Yunnan- decide contratarme para un trabajo de consultoría. Negociaciones arduas, con momentos plenos de ridiculeces –recuerdo especialmente una videoconferencia en donde no llegamos a ningún acuerdo definitivo aunque él posaba y posaba ante la pantalla del ordenador- y soluciones definitivas: la firma de un contrato en base a cinco puntos que nos hizo a todos emocionarnos.

El primer paso del matrimonio, resuelto en las dos semanas que estipulaba la alianza, fue abonado tras algunos retrasos muy típicos por esta zona del planeta. Luego comencé el segundo, que era de los más importantes, costoso en esfuerzo, y por lo tanto, en cuantía a cobrar. Pero desde que entregué aquel trabajo -21 de septiembre del pasado año- las excusas –no hemos terminado la obra, estamos de vacaciones, el jefe está ingresado, falta la decoración…- fueron creando en mí una mezcla de duda e indignación. ¿Se estarían montando un negocio a mi costa y por la cara?

Pues sí. O eso parecía. Por lo que, contrato en la mano, intenté parecer furioso y contrariado, estafado y dolido, realizando multitud de llamadas sin recibir respuesta y enviando correos electrónicos al limbo. Yunnan, que dista a tres mil kilómetros de lo hasta hace poco fue mi casa (Shanghái), no quedaba lo suficientemente cerca como para plantarme allí en un abrir y cerrar de ojos. Además, ¿quién me decía a mí que el que no coge el teléfono ni responde correos iba a recibirme en su oficina repleta de matones? Ah, por si no lo saben: todo chino con poder económico posee un buen círculo de guardaespaldas, en su mayoría parias sociales. Porque todo ciudadano mandarín que ha ganado dinero a espuertas en este temible país lo ha hecho, en mucha o alguna parte, ilegalmente.

Pero hace un mes, ahogado en el desasosiego, me replanteé el último ataque: ¿cómo cobrar lo que es mío utilizando las únicas armas que afectan al nativo? Pues bien, tras no pensármelo mucho –los que se piensan las cosas o son filósofos o son imbéciles- le envié el siguiente correo electrónico:

“Tras casi un año de espera y en vista de su falta de respuestas me veo en el deber de informarle de las siguientes medidas que tomaré contra usted si no se me abona lo debido en cuarenta y ocho horas:

-Informaré a D. Eugenio Bregolat, embajador de España en Pekín, de la estafa a la que estoy siendo sometido, advirtiéndole que me unen lazos laborales con él.

-Todos los corresponsales españoles de prensa, radio y TV, quedarán advertidos de sus mafiosos actos, justificando mis palabras con el contrato que hace ya casi dos años firmamos.

-El abogado de una prestigiosa multinacional española para la que a veces presto mis servicios estará al tanto del problema para que tome las acciones legales que sean necesarias”.

Como puede observarse, en las tres amenazas anteriores no consta ninguna que tenga que ver con China, ya que esa opción suele ser inexistente, ante el ultranacionalismo chusco que incluso hace doblar la rodilla al abogado que pagas si el contrario es paisano suyo. Ni oficina de inmigración ni centro de ayuda al expatriado. Ni oenegé local que ayude a los negritos apaleados, en este caso occidentales estafados.

Por supuesto, el mafioso en pañales, mediante su secretaria, me hizo llegar un bonito y placentero correo electrónico que avisaba de sus sanas intenciones: “En setenta y dos horas le será hecho el abono en la cuenta bancaria que aparece en el contrato. Disculpe las molestias”.

Es difícil encontrar a peor calaña. Un millonario hijo de súper millonario, dispuesto a estafar a “un sucio extranjero”. Finalmente no se salió con la suya, porque en China hasta el peor delincuente pierde aceite por su inteligencia. Que eso de ‘perder cara’ está muy bien visto salvo si robas y alguien puede denunciarte. Y por cierto: ni abogado de multinacional ni información a los corresponsales ni relación con el embajador patrio. Que mentir en China sale gratis. Y es absolutamente necesario.


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